Cuando miramos hacia la mesa a la cual nos acercamos cada domingo, vemos más y menos que un altar. Es un simple mueble, una mesa… madera. Pero también es un altar… no es rimbombante ni pomposo, es un altar que levantamos a la esperanza, el amor y la unidad del cuerpo de Cristo. Cada domingo, cuando nos reunimos para participar en la Santa Cena, recordamos no solo el sacrificio de Jesús, sino también la promesa de una comunidad en la que todos tienen un lugar.
La historia bíblica que leeremos este domingo sobre la mujer cananea nos muestra cómo Jesús desafió las barreras de su tiempo. Una mujer, considerada ajena y diferente, mostró una fe que ni siquiera algunos de los más cercanos seguidores de Jesús tenían. Su determinación y fe la llevaron a acercarse, a pesar de las normas sociales, buscando sanidad para su hija. La respuesta de Jesús es un testimonio de la inclusión que ofrece el Reino de Dios: “¡Mujer, qué grande es tu fe! Que se cumpla lo que quieres.”
Así, la mesa del Señor simboliza esta misma inclusión. Todos somos bienvenidos a ella, sin importar nuestro pasado, nuestras dudas, nuestros temores o nuestras diferencias. Aquí, no hay barreras. Al igual que la mujer cananea, todos somos invitados a acercarnos con fe, sabiendo que seremos recibidos con amor.
La Mesa es también un símbolo de comunidad. Como la CASA, nos esforzamos por ser un espacio donde celebramos las singularidades de cada persona. Y como siempre decimos, creemos en la idea de que la teología no tiene un punto final, sino puntos suspensivos. Esto nos invita a siempre estar abiertos a aprender y crecer juntos en comunidad, aceptando y valorando a todos.
Al participar en la Santa Cena, reconocemos que estamos unidos no solo por una creencia, sino también por un deseo compartido de ser luz en la oscuridad y de derribar las barreras que nos separan de los demás y de Dios. Como iglesia, somos llamados a ser un reflejo de esta mesa en el mundo: un lugar donde todos son bienvenidos, valorados y amados.
Este domingo, cuando te acerques a la mesa del Señor, recuerda a la mujer cananea. Recuerda su fe, su valentía y su determinación. Y al hacerlo, reconoce que todos nosotros, al igual que ella, tenemos un lugar en la Mesa y en el corazón de Dios. Porque en la mesa del Señor, hay espacio para todos.